Rincón del Socio

Flotas Fantasma: un delito con historia

En el año 215 A.C., durante el transcurso de la Segunda Guerra Púnica contra Cartago, un año tras la catástrofe de Cannas y con Aníbal firmemente establecido en el sur de Italia, el Senado Romano se vio obligado a recurrir a la contratación del servicio de empresas privadas para el transporte marítimo. La idea era hacer llegar a las legiones estacionadas en España, Sicilia, Cerdeña y Córcega todo el material necesario para conquista.

El contrato preveía la provisión de víveres, armamentos y equipos bélicos de todo tipo, y se llevaría a cabo mediante buques de carga que zarparían en viajes regulares hacia los puertos de destino. Muy excepcionalmente, se contaba con buques de guerra para tareas de escolta ya que la flota romana se encontraba ocupada en operaciones militares. Se trataba pues, de un convenio de vital importancia, y cuyo adecuado desarrollo debía basarse en una confianza ilimitada.

Pasó un largo tiempo para que el accionar de los armadores responsables salga a la luz, viéndose el Estado completamente defraudado. Cuando la opinión pública finalmente conoció la verdad, fue tan grande la indignación y la desazón en la ciudadanía que no solo la leva de dos legiones se vio demorada sino que se estuvo cerca de un levantamiento popular a orillas del Río Tíber. Enfáticamente se exigieron duras penas para los culpables: los contratistas del Estado Marco Postumio de la ciudad portuaria de Pyrgi y su colega Lucio Pomponio de Veyes.

¿Qué delito habían cometido? Según los registros conservados “cargaban buques viejos, en mal estado, con pocos artículos de ínfimo valor, los hundían en alta mar, recogían la tripulación en embarcaciones preparadas al efecto y por si fuera poco, posteriormente manifestaban que el cargamento había sido mayor y más valioso”. Los resúmenes de daños se presentaban a las autoridades y se embolsaban grandes sumas en concepto de reparaciones, pues, en caso de tormentas, “el Estado garantizaba las pérdidas de suministros a los ejércitos”.

Al no levantarse ninguna sospecha, fueron Postumio y Pomponio un paso más allá, mintiendo respecto a naufragios que nunca habían tenido lugar. Denunciaban desastres sufridos por buques completamente cargados que no habían zarpado jamás o que en realidad ni siquiera existían, y con esta “flota fantasma” llevaban adelante un negocio mucho más lucrativo. Toda una cadena de cómplices sobornados (proveedores y administradores de almacenes, capitanes y marineros) colaboraban con informaciones y declaraciones falsas. Por esta vía, le provocaron graves daños al tesoro estatal y – peor aún – las legiones en ultramar quedaron en situación deplorable. La red de cómplices, sobornados y co-rresponsables debe haber estado muy bien organizada y sido muy confiable, pues la estafa se pudo prolongar sin impedimiento alguno a lo largo de años.

Cuando las filtraciones y las crecientes sospechas provocaron que en Roma se hiciera la denuncia correspondiente, no sucedió nada en un principio. El Senado no tomó ninguna decisión, argumentando que “bajo las actuales circunstancias no se deseaba humillar a la clase de los contratistas del Estado”.

No obstante, la embarazosa realidad no se dejaba retocar más: ya se había tomado demasiado conocimiento. En Roma estalló la indignación pues “el pueblo no aceptaba la estafa” y “el enojo y el malestar generalizado respecto al caso, obligó a dos tribunos de la plebe a levantar la acusación contra Marco Postumio y a castigarlo con una multa de 200.000 ases de cobre”.

El juicio transcurrió con la muchedumbre atiborrada en el Capitolio. El primer día de la vista tuvo que ser violentamente interrumpido, pues al llegar el momento de la votación “un grupo de contratistas, colegas de los acusados y muy probablemente involucrados en el delito, se presentaron a la Asamblea insultando ruidosamente tanto al pueblo como a los tribunos, generando una refriega entre los asistentes”. Finalmente, Marco Postumio fue condenado, así como también se impusieron penas de prisión a quienes provocaron los desmanes (muchos de los cuales eligieron el destierro para escapar a este castigo). Por su parte, Lucio Pomponio, logró evitar el castigo que merecía sobradamente, escapando a territorio controlado por los cartagineses.

Autor: C.U. Roberto Lara – Secretario de Asuntos Técnicos y Capacitación.